Capítulo II

sábado, 9 de enero de 2010

…ese espíritu cada vez era más visible, pero con sus audífonos imaginarios él no lograba escuchar la melodía que de ella provenía.


La guitarra, se acercó tímidamente y otro músico la tomó, comenzó a tocar algunos acordes pero él no era compositor, era un aficionado que poco sabía tocar, él utilizaba su energía para cantar, cantar le hacía feliz y prefirió cantar a tocar, había celos de por medio, la guitarra era capaz de tonos y acordes que él no dominaba así que decidió dejarla, prefirió perfeccionar su canto.


Al darse cuenta que su amigo dejaba la guitarra prodigiosa a un lado decidió acercarse, la contempló, tocó sus bordes, admiró su composición, los detalles, los acabados, se veía increíblemente amable, tanto que decidió tomarla en sus manos y comenzó a acariciar las cuerdas suavemente… y ellas le contestaban en susurros, susurros melodiosos, susurros encantadores.


Se sentó en su cama, dejó caer su cuerpo y miró al techo, las canciones que antes rondaban en su cabeza habían desaparecido, las había reemplazado un vaivén de sonidos peculiares, la cabeza explotaba en sonidos que poco a poco comenzaban a tomar forma, y después de pensarlo, lo entendió, estaba escuchando una guitarra, estaba inspirado y quería aprender, quería tocar.


La rutina había quedado atrás, la cabeza comenzaba a idear, no podía dejar de lado los melodiosos sonidos, extrañaba acariciar esas cuerdas. Dios, si esas cuerdas al acariciarlas susurraron de ese modo ¿qué sucederá si decido tocar la guitarra?...